martes, 21 de agosto de 2012

.:. Ataduras I .:.

Mi nombre es Rafael Lamar, y escribo esto para dejar en claro que, a pesar de lo que se piensa de mi persona en estos momentos, sigo manteniendo mi cordura y la mantendré hasta el final de estas líneas, que seguramente será lo último que se sepa de mi.

He decidido también que debo dilucidar los sucesos que han ocurrido en las semanas pasadas, pues estoy de acuerdo que mi comportamiento errático y sincretista ha conducido a las habladurías que de mí se alimentan. Y debo también pedir perdón a aquellos a quienes he lastimado directa o indirectamente, en mi búsqueda para satisfacer mi curiosidad muchos han sido afectados en mayor o menor grado.

Siempre amaré a mi querida esposa Verónica, y puedo asegurar que la cuidaré desde donde sea que me encuentre.

Todo comenzó cuando después de 15 años de lo que parecía una batalla legal interminable pude recuperar la mansión de mis padres que me fue arrebatada cuando desaparecieron de la misma, una noche de tormenta sin precedentes en la ciudad. Mi tío, el señor Jesús Noriega, un excelente abogado y tutor legal desde aquél entonces, logró obtener el derecho sobre la mansión y de inmediato arreglo los papeles para que yo y Verónica, con quien recién me había desposado, pudiéramos trasladarnos a ella.

La mansión era una pieza única con grandes influencias de la arquitectura del siglo XVIII. Un capricho de mi bisabuela paterna otorgado por su padre quien la obligó a casarse y mudarse de su querida Francia hasta este continente para ampliar los negocios familiares tan prósperos que habían logrado. Tres plantas, seis habitaciones, una biblioteca, una cocina con bodega subterránea, un salón y un jardín enorme con pozo de agua era lo más destacado de la construcción.

Un año más tarde, a mediados de enero, los obreros terminaron de realizar las reparaciones pertinentes para que la mansión fuese habitable nuevamente y la tarde del 2 de febrero, pude por fin regresar a lo que conocía como mi hogar.

Debido a que mi tío no vivía en el ciudad fue bienvenido a pasar todo el tiempo que necesitara para ordenar los asuntos burocráticos necesarios.

Una de mis grandes pasiones siempre fue la jardinería y después de adecuar la casa y restaurar los estragos del tiempo, me di a la tarea de llevar al jardín a su esplendor de antaño. Tomé toda la herramienta que iba a necesitar para la labor y la coloqué justo al lado del pozo de agua que estaba en el centro del jardín, que se encontraba rodeado de lozas que volvían el lugar una pequeña placita con dos bancas de hierro algo oxidadas y un conjunto de caminos que se dispersaban por el lugar. Un camino en particular iba en dirección al bosque que colindaba con el terreno; fue entonces cuando sentí una sensación de pesadez que de alguna forma generaba en mi una sensación de apuro, una sensación pastosa, una sensación de ser observado.

Ojalá no hubiese prestado atención...

lunes, 20 de agosto de 2012

De noche .: IV :.

El sonido de los disparos me volvió a la realidad. Doy una patada y luego otra en la cara a medio deshacer de esa "mujer" y me pongo de pie, Erika me toma del brazo y me jala hacia ella.

-Tendras que tener más cuidado, Carlos y Ben han ido al piso donde vimos las luces para ver si hay alguien a quien ayudar, nosotros nos quedaremos aquí y mantendremos a raya a los zombies que aparezcan. El sonido de los disparos seguramente los atraerá hasta acá en cualquier momento
-Si de acuerdo, perdón... E... Estaré más atento- Sacó la pistola de mi mochila, quito el seguro y volteo hacia la la entrada al complejo de edificios -Creo que escucho algo...

El sonido era apenas audible en un principio, como un quejido ahogado, ahora el arrastre de pies a la hora de andar se escucha más cerca y es cuando los veo. Las sombras proyectadas hacia el centro urbano comienzan a aparecer tambaleando.

La distribución de los edificios hacía que los disparos retumbaran con una fuerza impresionante que me helaba la sangre al principio. Los zombies no dejaban de llegar y con ello íbamos perdiendo terreno. De pronto una sombra cruzó rápidamente por entre las piernas de los muertos vivientes, estaba escalando la pared con una agilidad asombrosa; una mirada mas detallada y ahora lo identifico: es un niño. La criatura gira la cabeza 180º y  brinca en dirección a Erika, doy tres disparos acertando solo el primero y el último, el ser cae tendido en el suelo y se arrastra un poco fuera del rango de mi visión. Erika voltea a verme y me asiente a modo de agradecimiento.

-Tendremos que ir a las escaleras para el segundo piso, quizá ahí podremos tener alguna ventaja táctica-

Justo daba la vuelta Erika para correr a las escaleras el niño-zombie se lanzó sobre ella. Empiezan a forcejear y trato de separarlos, pero veo a pocos metros de mi un par de zombies que se abalanzan sobre nosotros, doy dos disparos en la cabeza a uno y cae al piso mientras al segundo trato de empujarlo pero no alcanzo a hacerlo retroceder, vuelvo a jalar el gatillo pero el arma esta vacía. Los gritos de Erika me hacen intentarlo de nuevo y consigo que el zombie caiga de espaldas. Vuelvo con Erika que ahora esta tirada en el suelo tratando de alejar al niño-zombie de su cara y de una patada mando a cinco metro a la criatura. Bañada en sangre, veo a Erika, le falta media oreja derecha y sus ojos están inyectados en sangre por el esfuerzo y las heridas recibidas, trata de decirme algo, pero solo logra toser sangre; al verla bien lo entiendo, un fierro de barandal se le ha clavado cuando cayó al suelo mientras lidiaba con el niño. Con el dorso de su mano me acaricia la mejilla y veo lágrimas enjuagar la sangre que cubre su rostro, apunta hacia las escaleras y luego comienza a convulsionar y a escupir mas sangre. Me levanto y veo que el zombie que empuje se ha puesto de pie nuevamente y viene hacia mi. Tomo la 9mm de Erika y corro a las escaleras, en la oficina del guardia de seguridad veo un escritorio y ahora lo pongo como una especie de barricada en la entrada de las escaleras.

Corro hasta el cuarto piso de donde provenían las luces que vimos al entrar. Las puertas de varios departamentos están derrumbadas y se ven objetos tirados por los corredores. Que curioso, escucho las voces de Carlos y Ben, pero muy lejos, me asomo por el pasillo hacía afuera del conjunto habitacional y los veo en el Jeep, el cual están cargando de maletas y objetos electrónicos. Hago señas y Carlos logra verme, termina de fumar su cigarro, me hace un gesto de despedida con la mano y suben al Jeep, arrancan y desaparecen entre las calles.

De nuevo estoy solo.