Los días siguientes a la fiesta en donde, en total secreto, el señor Sierra me entregó el sobre con la pequeña llave de plata, recorrí toda la mansión buscando alguna cerradura oculta, pero en ningún lugar encontré cerrojo que no pudiera abrir sin mi juego de llaves común; sin embargo, la sensación de ser observado que presentía cuando trabajaba en el jardín comenzó a cernirse sobre mi, ahora en todo momento.
Fue entonces que aparecieron lo sueños.
No recuerdo exactamente cuando empezaron, pero sé que debió ser a principios de marzo. Los sueños, o quizá debería llamarlos pesadillas, comenzaban siempre de la misma manera: un par de lobos frente a mí, nada a mi alrededor, sólo oscuridad, o más bien vacío, una sensación de soledad abrumadora que aún hoy, cuando vienen esos recuerdos a mi mente, pueden causarme un escalofrío. Yo no temía a los lobos, transmitían dentro de lo que cabe, seguridad. Trataba entonces de acercarme a ellos y estos corrían, guiaban el camino en lo que ahora era un bosque. Las ramas de los árboles eran como brazos de almas en pena tratando de atraparme, de evitar que diera alcance a mis guías. Perdía de vista a los lobos, pero curiosamente yo sabía ya el camino y el destino: un claro en el bosque, iluminado débilmente por la poca luz de luna que lograba rasgar las cerradas nubes en el cielo. El bosque a mis espaldas lloraba y lamentaba mi nombre, en el centro del claro se erguía ominosamente un árbol seco, lleno de nudos y enfermedad, garras torcidas hacia el cielo maldiciendo a las estrellas ocultas y sordas a sus súplicas, al pie de éste se encuentra una pequeña hendidura, en mi mano la llave de plata, y entonces despierto, un terrible dolor en el pecho me obliga a cobrar conciencia.
Verónica comenzó a preocuparse cuando le platique sobre el sueño y el dolor del que venía acompañado, y cuando éste se volvió más intenso ella me pidió que asistiera con el doctor Reyes, la más renombrada autoridad en medicina y en nuestra ciudad.
Tras los estudios y entrevistas de rutina, el doctor desestimó nuestras preocupaciones y atribuyó todo a la presión y preocupación, quizá del trabajo, quizá de mi próxima paternidad. Los sueños continuaron durante un par de semanas y el dolor jamás desapareció, pero pretendía que era menor para no alarmar más a mi esposa. A mediados de marzo tuve la ultima pesadilla y cuando desperté me encontraba en el jardín de la mansión, pasada la media noche y en ropa de dormir, cuando recobre total conciencia miré directamente al bosque frente a mí y el brillo de un par de ojos amarillos pareció relucir entre la neblina y la oscuridad de una noche sin luna...
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