lunes, 21 de mayo de 2012

Summer night

Hace mucho calor en esta noche de verano. La noche en su clímax y el cielo totalmente iluminado por centenares de estrellas que lo adornan. Una de esas pequeñas ventajas de vivir lejos de la ciudad. Una de esas pequeñas ventajas de vivir lejos de todo.

Hacia donde mires solo se ve el desierto extendido hasta el horizonte, ni siquiera una pequeña elevación irrumpe en la monótona vista llana, solo vestida de pequeñas sombras hechas por las estrellas y los pocos matorrales muertos de la zona. La tierra dura, amarillenta y bien aplanada esta totalmente seca, no hay aire que ensucie la atmósfera levantando polvo, lo único que desentona en el paisaje es esa vieja casa de madera. El despellejado color blanco que la recubre parece mas bien podredumbre abriendose paso por una herida que se dejó descuidar. En el frente podemos ver una cerca que abre camino a la puerta principal, una desvencijada puerta mosquitero entreabierta junto a una ventana cubierta por una gruesa cortina, y en el segundo piso hay otras dos ventanas que parecen haber sido tapiadas hace ya bastantes años. Por el lado derecho, siguiendo la cerca que rodea la casa, el camino nos conduce al patio donde un niño y una niña vestidos de blanco de entre 4 y 5 años juegan correteando al rededor de un árbol de aguacate instalado en el centro del patio. Ominoso y de aspecto enfermo, el árbol tuerce sus ramas incluso más arriba que donde termina el tejado de la casa, incluso sin viento el árbol se sacude de vez en vez y araña las tejas tratando de conseguir atención, tratando de advertir la sombra que se cierne sobre ese lugar llamado "hogar" por esos infelices que le han cuidado. Y sin embargo lo la respuesta que recibe son blasfemias que se escapan de dentro del edificio.

Abandonada y absorta en su propia miseria, la madre de los niños se encuentra en la cocina, cuarto que da directamente al patio, preparando algo de cenar. El lugar es decadente, la suciedad, el polvo, sangre seca y podredumbre se encuentran en toda la habitación. En una olla avienta verduras en mal estado mientras corta algo de carne que acaba de arrancar de un par de cuervos que rodaban su propiedad. Prende la estufa con un cerillo de madera y de paso se enciende un cigarro que acaba de liar. Se sienta en una silla oxidada y pierde su mirada por la ventana, viendo cada estrella y tratando de encontrar algo bueno en su vida, intentando recordar como fue su vida antes de la Gran Guerra que la dejó sola. Ni siquiera escuchaba las risas de sus hijos, no prestaba atención a los golpes desesperados que hacía el árbol de aguacate en el tejado y no escuchó tampoco las sigilosas pisadas que recorrían el perímetro delimitado por la triste cerca al rededor de su casa. Se quedó dormida con el cigarro en la boca, recargada sobre la mesilla donde colocaba la carne despellejada para la cena, recordando algo que se obligó a olvidar.

Los niños no gritaron, quizá eso la hubiese despertado. Lo que la levantó fue el silbido de la olla en la que preparaba su maltrecho guiso. De golpe se despertó y vio en el piso las cenizas que quedaron de su cigarro. Escupió sobre ellas y apagó la estufa, el silencio que había le causo un escalofrío, pero no entendía por que. Cuando se acerco a la puerta para salir al patio, notó manchas de tierra que, prestando mas atención, parecían de un animal. Un lobo. Las pisadas entraban a la casa y se veían subir hacía el segundo piso. La mujer salió y de inmediato se llevó una mano a la boca. No fue que el olor le diera nauseas, las vísceras y la sangre dejaron de provocarle asco hacía ya mucho tiempo. No creo que ver a sus hijos, abiertos casi en canal, clavados de las manos y la cabeza en el árbol de aguacate con clavos industriales le haya provocado esa reacción. Por lo que esa mujer guardó silencio y pidió perdón a sus hijos esa noche fue por un detalle en apariencia minúsculo, algo que, si no se tomaba con suficiente atención pasaba desapercibido. Una fina brisa soplaba en ese momento, ese pequeño rocío creaba una débil película de humedad en todo el patio y parte trasera de la casa. El árbol de aguacate lloraba por los niños con un sentimiento que su madre jamás entendería.

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